El mundo tiene el concepto de que todos los miembros de las familias reales son personas sumamente felices y alegres tan solo por ser de la realeza y contar con todos los lujos y dinero del mundo. Pero también existe la frase “no todo se compra con dinero” y esto significa que aunque seas multimillonario y tengas el poder de la corona, muchas veces las cosas más importantes de la vida no son materiales y se adquieren con experiencias.
Si hay alguien que sabe de este tipo de situaciones es Liliana de Suecia quien tuvo una vida un tanto complicada y triste independientemente de ser una reina con todo el poder y riqueza del mundo. Y es que ella creció en la pobreza, en un pueblo alejado en Suecia llamado Swansea en el seno de una familia pobre en la que ella tuvo que recurrir a varios trabajos como empleada doméstica, modelo y ayudó a su padre en una lavandería para poder mantenerse.
Pero en 1943, las cosas dieron un giro de 180 grados, cuando conoció al tercer hijo del rey de Suecia, Gustaf VI Adolph en su cumpleaños, mientras se servía un coctel. Sin embargo, tenía 28 años y no podía hacer mucho en ese instante.
Después de divorciarse, la princesa Lilian se mudó a Suecia, pero por problemas en la sucesión al trono, no pudo casarse joven y nunca pudo tener hijos con el príncipe Bertil.
Sin embargo, contrajeron matrimonio a los 60 años, cuando el segundo hermano mayor de Bertil se convirtió en rey y se casó con una plebeya, lo que le abrió el camino a ella y al príncipe Bertil. Lilian removió el 'I' en su título de princesa para darle más 'glamour' después de una larga lucha de amor y secretismo. Una historia increíble que marcó a la monarquía sueca.