Al escribir sobre el arte de Frida, Laura Martínez Belli, descubrió a una mujer maternal, fraternal, de casa. Un icono feminista de quien aprendió a nunca conformarse y dejarse llevar por las buenas historias. En su libro apunta por plasmar una figura más cercana de la artista, alejada de las pinceladas comunes nacidas a partir de la figura pop.
La novela abarca los años en que Kahlo empezó a cuestionarse si lo que hacía con su arte trascendería. En su deseo por serle útil al pueblo comenzó a retratar a Stalin y Marx, pero la autora afirma que ahí solo hubo el reflejo de una mente generosa. “Quería hacer algo por la gente y ya lo había hecho, pero en ese momento no lo sabía”, añade.
Inconscientemente, dice Belli, Frida encontraba consuelo en las contradicciones. Pintaba para entenderse, exorcizar el dolor. El pincel sustituyó todo lo que no pudo ser en vida; madre, un cuerpo sano, independientemente físicamente. La percibe como una mujer que todo lo que tocaba lo transformaba en belleza. Aborrecía su pierna ortopédica, y aún así, la decoraba. "Quería sacar los demonios que tenía dentro, y las ocasiones que dejó de hacerlo para volverse más política con su arte, perdió su esencia”, comparte.
Se dice que La mesa herida es el único cuadro donde la mujer de La casa azul se autorretrato dos veces. Se pueden extraer muchas teorías, porque así como se desconoce su paradero después de setenta años, nada se sabe sobre lo que quería decir la artista con la obra que desapareció al ser trasladada a Moscú. Sin embargo, se cree que una de las razones por las que pudo pintar semejante aflicción sobre dos metros de madera es por la traición de Diego Rivera.
En la trama de la novela, aparece latente también el rol de la maternidad con Olga, el personaje principal. Un tema que ha abarcado más espacio desde que las pinceladas femeninas han empezado a romper los techos de cristal. “El no poder ser madre fue el dolor más grande que Frida tuvo”, asegura Belli. Agrega que es la única mujer en la historia del arte que ha pintado sus abortos con una crudeza tan salvaje.
La escritora confiesa que al principio se cuestionó escribir sobre Kahlo debido a que de ella ya se ha contado mucho. Pero fue inevitable, porque no se puede entender una obra sin contar la historia y el contexto de su creador. Llegó el momento en que a pesar de la resistencia, la autora de Carlota y La otra Isabel, se dio cuenta que había muchas cosas de Frida en su vida. Piensa que por eso gusta tanto; los dolores, los duelos, las pérdidas, y los encabronamientos son comunes a cualquier ser humano, además, su discurso es muy actual. Al escribir, “de pronto no estaba hablando de Frida, estaba hablando de mí. Pero es ella tan potente que somos todas las personas”, añade.
La autora española que vivió 20 años en México comparte que como a uno de sus personajes, el país se le metió en los ojos. No sería quien es sin México, pues encontró en sus tierras la libertad creativa para empezar a escribir. Aunque actualmente reside en Madrid, siempre vuelve, porque “cuando en un lugar uno se encuentra de cara con la libertad emocional, espiritual, amorosa, física, personal, es que no hay marcha atrás”, afirma. Sin embargo, opina que la mesa herida de las mujeres en el siglo XXI son los feminicidios. Herida que hay que resolver y que piensa, dejará cicatrices a varias generaciones.
Si Laura pudiera quedarse con una frase de Frida Kahlo escogería: “Viva la vida”. Le parece que es corta, sencillapero con mucho peso. “Lo dijo una mujer que vivió una vida sumida en el dolor y no dejó que eso le arruinara la vida”, opina.